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Marta Bonilla Mery: 99 años de memoria serenense y una vida marcada por disciplina, familia y el legado de Gabriela Mistral
Marta Bonilla Mery conserva una memoria nítida que permite reconstruir no solo su propia historia, sino también la de: “una La Serena” que ya no existe; una ciudad ordenada, tranquila y marcada por el respeto. Su vida, atravesada por una infancia disciplinada, un matrimonio temprano, la crianza de diez hijos y pérdidas profundas, se entrelaza con la figura siempre presente de Gabriela Mistral, cuyos poemas y enseñanzas acompañaron su formación escolar y dejaron una huella imborrable en su mirada sobre la educación y el país.


Marta Bonilla Mery conserva una memoria nítida que permite reconstruir no solo su propia historia, sino también la de: “una La Serena” que ya no existe; una ciudad ordenada, tranquila y marcada por el respeto. Su vida, atravesada por una infancia disciplinada, un matrimonio temprano, la crianza de diez hijos y pérdidas profundas, se entrelaza con la figura siempre presente de Gabriela Mistral, cuyos poemas y enseñanzas acompañaron su formación escolar y dejaron una huella imborrable en su mirada sobre la educación y el país.
Una vida construida entre familia, trabajo y pérdidas
A los 99 años, Marta repasa su historia con una lucidez que sorprende. Nació en La Serena en 1926, creció rodeada de sus padres, sus cinco hermanos y la fuerte presencia de sus abuelos, figuras que marcaron su infancia. “Fue una infancia muy feliz”, recuerda sin titubeos, destacando la importancia emocional de su familia en tiempos donde la vida era más simple y las relaciones más cercanas.

Estudió en la Escuela Pública N°7 de calle Matta y luego en el Liceo de Niñas. Más tarde, un traslado familiar la llevó a Santiago, donde vivió interna en la Casa de María a una edad temprana. “Era muy chica, mi papá era el único que me iba a ver”, relató, sin dramatismo, pero dejando ver la exigencia y soledad que caracterizaban la educación de aquella época.
Con 16 o 17 años conoció en Vallenar al hombre que sería su esposo. Se casó joven, tuvo diez hijos —uno fallecido de pequeño— y con el tiempo enfrentó también la pérdida de tres de sus hijas adultas, dolor que expresa con serenidad, pero no sin emoción. “Era muy querida”, dice sobre una de ellas, mientras explica cómo cada pérdida fue dejando huellas profundas.
Regresó a La Serena en su adultez, “cumpliendo un sueño”, como indica. Con nueve hijos entonces, continuó su vida marcada por la crianza, el voluntariado y una fuerte vocación de servicio, participando en la Cruz Roja, el Movimiento de Schönstatt y centros comunitarios. Hoy, vive sola por decisión propia, rodeada de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos que la visitan con regularidad. “Me gusta estar tranquila en mi casa, pero sí que me vengan a visitar”, señaló.

La Serena de antes: una ciudad tranquila y ordenada
Marta describe La Serena de su infancia y juventud como un lugar de costumbres simples y normas claras. Había respeto, convivencia y espacios de reunión que definían la vida cotidiana. “El paseo era la plaza”, describió, recordando cómo el regimiento tocaba música los jueves mientras hombres y mujeres caminaban en direcciones opuestas, en una tradición que marcaba la sociabilidad de la época.
Las playas eran otro de sus espacios de libertad. Evoca con precisión las caminatas al faro y las idas a la playa que podían repetirse incluso dos veces al día. Para ella, esos momentos representan una forma de vida más sana y comunitaria.
Comparando el pasado con el presente, su juicio es sobrio, pero claro. “Antes era todo respeto. La gente tenía normas de educación. Ahora no se valoriza lo que se recibe”. No lo dice con reproche, sino como una constatación generacional, fruto de casi un siglo de experiencias.

Gabriela Mistral: presencia escolar, admiración y memoria
La poetisa y maestra Gabriela Mistral fue una figura constante en su formación escolar. En la Escuela Pública N°7, sus poemas eran lectura obligatoria y su vida un referente pedagógico. “Todos los poemas los leíamos. La vida de ella, su estadía en Vicuña, poemas muy lindos”, comenta.
Aún recuerda un acontecimiento que marcó a toda su generación:
“Nos tuvieron toda la mañana en la avenida Aguirre esperándola… y no llegó.”
Cuenta el episodio con humor, sin que aquel “plantón” disminuyera la valoración que siempre le ha dado a la escritora.
Sobre el Premio Nobel, indicó que fue un acontecimiento ampliamente difundido por la prensa de la época, “Los diarios lo publicaban todo el tiempo. Muy comentado.”
Su opinión sobre Gabriela Mistral es firme y respetuosa. “Fue una mujer muy inteligente y querida.” Valora especialmente su aporte a la educación y su capacidad para transmitir sensibilidad y disciplina a través de la escritura. Uno de los poemas que más recuerda es “Piececitos de oro”, que recita con la naturalidad de quien lo aprendió hace casi nueve décadas.
También reflexionó acerca de cómo la sociedad ha tratado su legado, pues “últimamente sí se la ha reconocido más. Antes faltaba. Igual ahora la juventud vive el momento, no tiene sentimientos tan marcados.” Lo dice sin desdén, pero con la percepción de que el tiempo y la distancia han permitido comprender mejor la trascendencia de la maestra chilena.
Finalmente, el relato de Marta Bonilla Mery es una ventana hacia una época distinta, una vida marcada por el esfuerzo, la disciplina y la cercanía familiar; una ciudad organizada y tranquila; y una educación donde Gabriela Mistral era más que una figura literaria, era parte del aula y del carácter. Cerca de cumplir los 100 años, Marta resume todo con una frase simple, que refleja la esencia de su vida y experiencia. “Yo he pasado la vida tranquila y serena.”

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